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sábado


Susan Sontag


Acercamiento a Artaud


Nietzsche asumió fríamente una teología atea del espíritu, una teología negativa, un misticismo sin Dios. Artaud deambuló por el laberinto de un tipo específico de sensibilidad religiosa, la gnóstica. (Central al mitraísmo, al maniqueísmo, al zoroastrismo y al budismo tántrico, pero relegada a las márgenes heréticas del judaísmo, el cristianismo y el islam, la perenne temática gnóstica aparece en las diversas religiones con distintas terminologías, pero con ciertas líneas comunes.) Las energías principales del gnosticismo proceden de la angustia metafísica y de la aguda depresión psicológica: el sentimiento de ser abandonado, de ser un extraño, de estar poseído por poderes demoníacos que atormentan el espíritu humano en un cosmos abandonado por lo divino. El propio cosmos es un campo de batalla y cada vida humana exhibe el conflicto entre las fuerzas represivas y persecutorias de fuera y el febril y afligido espíritu individual que busca redención. Las fuerzas demoníacas existen como materia física. También existen como «ley», tabúes, prohibiciones. Así, en las metáforas gnósticas el espíritu está abandonado, caído, atrapado en un cuerpo, y el individuo es reprimido, atrapado por estar en «el mundo», lo que nosotros llamaríamos la «sociedad». (Es marca de todo pensamiento gnóstico polarizar el espacio interior, la psique, y un vago espacio exterior, «el mundo» o «la sociedad», que se identifica con la represión, reconociendo poco o nada la importancia de los niveles mediadores de las diversas esferas e instituciones sociales.) El ego, o espíritu, se descubre en la ruptura con «el mundo». La única libertad posible es una libertad inhumana, desesperada. Para salvarse, el espíritu debe ser sacado de su cuerpo, de su personalidad, del «mundo». Y la libertad requiere una preparación ardua. Todo el que la busque debe aceptar una humillación extrema y exhibir, a la vez, el mayor orgullo espiritual. En una versión, la libertad entraña un ascetismo total. En otra versión, entraña el libertinaje -practicar el arte de la transgresión-. Para quedar libre del «mundo» hay que romper con la ley moral (o social). Para trascender el cuerpo, hay que pasar por un período de desenfreno físico y blasfemia verbal, partiendo del principio de que sólo cuando la moral ha sido deliberadamente pisoteada es capaz el individuo de una transformación radical: de entrar en un estado de gracia que deja atrás a todas las categorías morales. En ambas versiones del ejemplar drama gnóstico, alguien que es salvado queda más allá del bien y del mal. Fundado en una exacerbación de los dualismos (cuerpo-mente, materia-espíritu, mal-bien, sombra-luz), el gnosticismo promete la abolición de todos los dualismos.


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