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Psicoanálisis en 140 caracteres

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lunes











Lacan con Joyce
David Hayman




La casualidad desempeñó un rol importante en mi único encuentro con el maestro. La ocasión fue la mañana del Día de Bloom, el 16 de junio de 1975, cuando pronunció su famoso discurso de apertura para un enorme público en el Simposio James Joyce de París, uno de los pocos simposios sobre Joyce a los cuales asistía y uno de los pocos que disfruté. Todo comenzó en el lugar de ese discurso, una gran salón en la vieja Sorbona que da a la rue des Écoles.
Antes de entrar en ese tema mencionaré mi contexto personal. Mi esposa y yo habíamos pasado el otoño/invierno de 1973 en París, donde yo enseñaba en Paris VIII (Vincennes), ese hijastro de la ruptura y redistribución de la Universidad de Paris. Aun llena del espíritu de liberación post-1968, la escena literaria y cultural en París era excepcionalmente abierta. Así, me hice amigo de Philippe Sollers y Julia Kristeva. No daré los detalles aquí, pero es una historia que merece ser contada. Tel quel y el maoísmo estaban en su punto más alto, pero el fervor revolucionario estaba desvaneciéndose.
Sollers acababa de publicar la que todavía pienso es la mejor de sus novelas, H, documentando brillantemente su ascenso y su caída.
Ese año comencé una serie de entrevistas con él, concentrándome en sus novelas. En aquella época también asistí a una de las famosas sesiones de Lacan en la Facultad de Derecho, una especie de acontecimiento tout Paris que tuvo lugar frente a una multitud de literati (incluyendo a los bandos rivales del Tel Quel de Sollers y el Change de Jean-Pierre Faye) y, naturalmente, de psicoanalistas.
Vagamente recuerdo que Stuart Schneiderman me habló por primera vez de las sesiones. El salón era tan largo y tan estrecho que hubo que colgar algunos parlantes de las paredes para que las personas que estaban detrás pudieran oír. Esos parlantes estaban festoneados de grabadores que pertenecían a seguidores ávidos. A intervalos regulares algunas personas se paraban para cambiar sus cintas. No me acuerdo qué fue lo que se dijo, pero sí recuerdo que Lacan no era un orador particularmente dramático, y que hacía pausas para poner diagramas de sus famosos nudos en el pizarrón.
La ocasión de 1975 fue radicalmente diferente, aunque alguna gente haya estado en ambas audiencias, sin duda con los mismos grabadores.
Fue un golpe de gracia tener a Lacan inaugurando un congreso sobre Joyce. El simposio, que había sido excepcionalmente bien planeado, resultó ser un acontecimiento cultural mayor, que juntó una colección extraordinariamente grande de grupos rivales parisinos y abrió la más bien insular comunidad joyceana a otras influencias duraderas. El organizador principal, Jacques Aubert, se había convertido en amigo de Lacan, y en su mayor informante en cuestiones joyceanas. Joyce le sinthome era obviamente accesible a los asiduos, aun cuando algunos de ellos poseían pocos conocimientos sobre Joyce o Finnegans Wake, pero Lacan era un nombre nuevo para la mafia joyceana, muchos de los cuales entendían poco y nada de francés, y pocos de los cuales tenían algún interés profesional en el psicoanálisis. Debo señalar que la reacción de mis colegas norteamericanos al despliegue de pensamiento parisino fue ampliamente negativa, si no francamente hostil, debido en parte a los inusuales abordajes presentados y al predominio del francés y del pensamiento francés, pero en parte también a la naturaleza improvisada del edificio pre-Beaubourg infestado de ecos en el cual las sesiones tenían lugar.
Desde mi perspectiva las sesiones empezaron como farsa y acabaron en comedia. Como sombras del Comice Agricole de Flaubert, fueron inauguradas por un insignificante y un poco aturdido subsecretario más bien que por alguna figura de estatura administrativa. Lacan no se había hecho querer por el establishment. Ya durante el claramente inútil discurso de bienvenida, el maestro mostró signos de impaciencia. Sentado detrás de mí, Philippe Sollers cloqueaba audiblemente. Cuando el orador finalmente lo presentó, no ocultó su disgusto. De hecho dejó que lo mostraran su expresión y sus gestos, y un enfático resoplido. Pero cuando Lacan se levantó, el subsecretario recordó que no se suponía que los introdujera a él sino a la amiga y benefactora de Joyce, María Jolas, que debía saludarnos en nombre de los organizadores de la conferencia, y hacer los honores. La impaciencia de Lacan parecía ilimitada, y escuché a SoIlers cloquear aun más audiblemente. Mme. Jolas, tina presencia notable ella misma, estaba tranquila y sin apuro. Ella desempeñó su papel con un aplomo de severa ex-maestra de escuela. Lacan echaba pestes. Cuando ella terminó, prácticamente no necesitó volverse hacia él, que estaba ya medio levantado de su silla. El movimiento siguiente de Lacan fue el colmo. En lugar de dirigirse de inmediato al podio, se sacó lentamente un enorme pañuelo del bolsillo y ruidosa y ostentosamente se sonó la nariz. Sólo entonces comenzó a decirle a su grande y perpleja audiencia por qué pensaba en Joyce, en el Finnegans Wake como un síntoma, y por qué interrogaba su decisión de escribir un libro tan revelador psicoanalíticamente hablando como el Wake.
(Casualmente, aunque por razones diferentes, Lacan estaba más sintonizado con su audiencia joyceana de lo que creía, porque muchos de mis colegas joyceanos no trabajan sobre ese libro, y preferían detenerse en alguna fase anterior).
Después de la charla, Sollers y yo, que habíamos salido juntos del salón, estábamos hablando cuando Lacan vino hacia nosotros y, sin decir una palabra, se llevó arrastrándolo a Sollers. Pocos minutos después regresaron y Sollers nos presentó. Lo felicité a Lacan por su charla. El estaba nervioso e insatisfecho con ella, y también, posiblemente, con su acotación en público. Pero esa no era la causa por la cual había regresado. Resultó que estaba ansioso de conocerme.
"Tengo algo que preguntarle. Tenemos que encontrarnos. ¿Cuándo tiene un tiempo libre para cenar?" Un poco sorprendido y no sin placer le dije que estaba desocupado esa misma noche. "Muy bien. Philippe, ¿puedes traerlo? Trae a Julia también". Acordamos encontrarnos en su apartamento. Philippe llamó a Julia, que debe haber sabido de las instrucciones, y se disculpó.
Philippe y yo llegamos alrededor de las siete. Nos condujeron a la oficina de Lacan, pasando la colección de Bric-à-brac antiguo que estaba en un gabinete iluminado. No recuerdo mucho del cuarto mismo, pero dos cosas llamaban la atención: en lugar del usual diván había lo que me pareció ser un sillón de barbero en posición semi-reclinada, y una mesa sobre la cual se encontraba mi FDV de Finnegans Wake, abierto en un lugar de mi introducción en el cual citaba un pasaje del Capítulo I.5 (página 114), en un intento de ilustrar cómo Joyce conseguía incorporar en su texto propiamente dicho una descripción de su método de revisión, identificando así el proceso con el producto. Recuerdo haber tratado de probar el sillón antes de que Lacan entrara en el cuarto. Quizás la memoria me falle, pero creo que en ese momento comenzaron a llegar otros invitados, empezando por Jacques Aubert y su esposa. Lacan pidió tragos, whisky, puro para la mayoría de nosotros. Recuerdo que, en tren de conversación social, preguntó por Julia y aceptó las excusas de Philippe, y que, en cierto momento, me arrastró hasta el escritorio y apuntó al pasaje ilustrativo en mi libro.
El asunto urgente, la razón de mi presencia en lo que parecía al principio ser un evento social planeado, era claramente ese pasaje citado. El quería encontrar en él uno de sus términos fetiche, "síntoma", y yo estaba allí para llenarle esa muela vacía. "Mire", me decía,"¿no es cierto que Joyce dice symptomy?" La palabra que apuntaba pertenecía a una serie relativamente pequeña de juegos de palabras construidos a partir de monosílabos agrupados y un poco alterados para producir el efecto. El pasaje no era de los manuscritos sino del Wake mismo. Veamos la palabra en su contexto: "But by writing thithaway end to end and turning, turning and end to end histhaways writing with lines of litters slittering up and louds of latters slettering down, the old semetomyplace and jupetbackagain from that Let Rise till Hum Lit" (FW 114). Miré la frase y traté de decir algo tranquilizador porque sentía una genuina ansiedad y confusión junto con una considerable ignorancia sobre el libro de Joyce y sólo una conciencia limitada de lo que había en el mío. La imagen en mi mente de esta parte del manuscrito de la Carta de ALP en defensa de su esposo era bastante clara. El manuscrito de la Carta, como el de los primeros esbozos de Joyce, está escrito por todas partes, con el objeto de hacer un uso máximo del espacio vacío.
Obviamente, Lacan pensaba que veía lo que quería ver, con razón por otra parte, considerando el consejo de Joyce, "W¡pe your glosses w¡th what you know" (FW 304fn3). Pero quizás había seguido ese consejo un poco literalmente. Sospechaba que Jacques Aubert le había dado mi libro, insistiéndole en que lo usara menos como un atajo a través del Wake que como una clave para su método de composición. La frase realmente demanda una lectura compleja y sutil, que refleje al menos una cierta conciencia de otro pasaje que trata al libro como proceso, 1,1 respuesta a una pregunta que se refiere al lector/ héroe/ soñador del Wake, la novena pregunta del capítulo 1.6, que, como esta frase, contiene una referencia manifiesta a HamIet, ese soñador que tiene miedo de quedarse dormido. El "Let Rise till Hum lit" de nuestra frase claramente tiene resonancia de las frases "having plenxty off time on his gouty hans and vacants of space at his sleepish feet and as hapless behind the drams of accuracy as any camelot prince of dinmurk" (FW 143.5-7). Todo esto, por supuesto, puede desviarnos hacia a otro camino del jardín. Pero puede también ayudarnos a mostrar qué interconectado está todo en Joyce y qué poco sentido tiene leer palabras fuera de contexto al servicio de una pettu idea. Como estos dos pasajes, la palabra "semetomyplace", con su e faltante, demanda más de una interpretación. Todo lo que pude hacer por Lacan en el apuro del momento fue darle una lectura literal. El agregado "semetomyplace and jupetbackagain" daba el no muy adecuado "see me to my place and jump ¡t back again". En ese contexto, síntoma o symptôme no tenía ninguna resonancia para mí y todavía no la tiene.
Su desagrado era tan palpable como la diversión de mi mefistofélico amigo Sollers. "¡Oh! ¡Qué suerte que no lo mencioné esta mañana!" De hecho, dudo que alguien lo hubiera notado si lo hubiera hecho... No estoy seguro de que no haya aludido al pasar a ese fragmento.
Por supuesto, no tenía idea de los planes de Lacan para el resto de la velada. Resultó que, en lugar de cenar en el apartamento, fuimos al restaurante favorito de Lacan en el Quai du Louvre, cruzando el río. Para entonces éramos ocho, incluyendo a un amigo psicoanalista y su esposa (cuyos nombres he olvidado), los Auberts, la compañera de Lacan, Sollers y yo. Fue una comida inusual. Yo estaba sentado al lado del maestro, que me agarraba el brazo con frecuencia y me hacía alguna pregunta. El camarero trajo una cantidad de hors d'oeuvres: sardinas, caracoles, pickles, etc. Botella tras botella de champagne se descorchaba y se servía mientras hablábamos. Por primera vez vi gente usando un palillo con un botón en una punta diseñado para separar las burbujas de la bebida. Todo muy exótico. En cuanto a platos principales, casi nadie los pidió. Yo lo hice: una impresionante pirámide de carne que se rehusó a cederme algún pedazo masticable a pesar de mi insistencia. La conversación desembocó en la tesis de Lacan sobre la paranoia, un libro que desde entonces he usado con frecuencia, pero por lo demás no tuvo nada memorable, aunque Sollers quería saber por qué Lacan encontraba al Finnegans Wake tan revelador. Pero cuando le preguntó, el maestro ya estaba bastante sumergido en copas. A la hora de pagar, mi huésped le concedió el honor a su genial invitado psicoanalista.
Sollers encontró todo el asunto muy gracioso, especialmente mi lectura de la palabra y mi interacción con Lacan. Juntos, nos quedamos mirando el lento progreso hacia su casa del maestro, del brazo de su joven amiga, que iba meneándose. Por coincidencia, en nuestro camino por la sólidamente estacionada acera hacia el auto, nos tropezamos con un acicalado anciano, que nos dio una reprimenda espléndidamente paranoide. Había sido un largo día.