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Bosquejo De Una Teoría de las Emociones

La teoría de la emoción que acabamos de esbozar se proponía servir de experimento para la constitución de una psicología fenomenológica. Naturalmente, su carácter de ejemplo nos ha impedido desarrollarlo como sería preciso. Por otra parte, puesto que había que hacer tabla rasa de las teorías psicológicas corrientes de la emoción nos hemos elevado gradualmente desde las consideraciones psicológicas de James hasta la idea de significación. Una psicología fenomenológica que estuviera segura de sí misma y que hubiera previamente despejado el terreno podría empezar primero por establecer en una reflexión eidética la esencia del hecho psicológico investigado. Es lo que hemos tratado de hacer a propósito de la imagen mental, en una obra que pronto aparecerá. Pese a esas reservas de importancia secundaria, esperamos haber demostrado que un hecho psíquico como la emoción, que suele ser considerado como un desorden sin regla, posee un significado propio y no puede aprehenderse en sí mismo, sin la comprensión de ese significado. Quisiéramos señalar ahora los límites de esa investigación psicológica. Hemos dicho, en nuestra introducción, que el significado de un hecho de conciencia venía siempre a indicar la realidad-humana total que iba tornándose emocionada, atenta, percibiente, volutiva, etc. El estudio de las emociones ha verificado perfectamente el siguiente principio: una emoción remite a lo que significa. Y lo que significa es la totalidad de las relaciones de la realidad-humana con el mundo. El paso hacia la emoción es una modificación total del «ser-en-el-mundo» según las leyes muy particulares de la magia.
Pero vemos inmediatamente los límites de semejante descripción: la teoría psicológica de la emoción presupone una descripción previa de la afectividad en tanto que ésta constituye el ser de la realidad-humana; es decir, en tanto que resulta constitutivo para nuestra realidad-humana el ser realidad-humana afectiva. En este caso, en vez de partir de un estudio de la emoción o de las inclinaciones que indicaría una realidad-humana sin dilucidar aún como término supremo de toda investigación – término ideal, por cierto, y probablemente fuera del alcance de quien empiece por lo empírico –, la descripción del afecto se efectuaría a partir de la realidad-humana descrita y fijada por una intuición a priori. Las
diversas disciplinas de la psicología fenomenológica son regresivas, aunque el término de
su regresión sea para ellas un puro ideal; las de la fenomenología pura, por el contrario,
son progresivas. Se preguntará, sin duda, por qué en esas condiciones conviene utilizar
simultáneamente esas dos disciplinas. Aparentemente, bastaría la fenomenología pura.
Pero si la fenomenología puede probar que la emoción es una realización de esencia de
la realidad-humana en tanto que es afección, le resultará imposible demostrar que la realidad-
humana haya de manifestarse necesariamente en tales emociones. Que existan
tales o cuales emociones y sólo éstas, demuestra la facticidad de la existencia humana.
Esta facticidad es la que hace necesario un recurso en regla a lo empírico; ella es la que
impedirá, sin duda, que la regresión psicológica y la progresión fenomenológica se reúnan
nunca.

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